Entre casualidades y silencios tímidos, apareciste tú como quien ilumina sin pedir permiso. Te elegí sin querer, y con ternura me fui quedando sin miedo, sin prisa, sin dudas. Desde entonces, el mundo se volvió más suave y la vida empezó a hablar con tu nombre.
Eres la risa que abraza mis días, la calma que besa la lluvia, el latido que aprende a escribir versos en la piel del viento.
Si existiera un idioma hecho solo para amarte, cada letra sería una caricia y cada palabra, un refugio.
Una melodía que guarda lo que sentimos.